ceroo

Levantarse a las 9 de la mañana para salir de viaje, un viaje que en principio parecía como otro cualquiera. Subir al coche, ponerse el cinturón y poner la música alta pudiendo cantar tan fuerte que no se olle tu voz. Esta vez era un viaje distinto, un viaje con más equipaje de lo normal. No era para volver. LLegar a la ciudad y ver los coches pasar, el semáforo cambiar de color. Oir a los perros ladrar y el sonido típico de una ciudad, el ruido. Llegar a tu nueva habitación, deshacer la maleta, colgar el cuadro de tu hermana y colocar las cosas en tu nuevo baño. Despedirse de ellas, de tu madre y tu hermana, después de haber compartido con ellas los diecisiete años y deiz meses de tu vida. Sentir caer una lágrima por tu mejilla sin poder evitarlo. Decirles adiós y nos vemos pronto. Después dar un paseo al perro de dos horas, conociéndo cada rincón de esa pequeña y gran ciudad. Escuchar historias y comentarios de cada sitio. Llegar a la estación de tren, y hacer el recorrido que se va a convertir en algo rutinario. Despedirse hasta mañana y sacar las llaves para abrir el portar, subir en ascensor a un tercero y coger el ordenador para hablar con esa gente que no olvidas, a las que quieres tanto y después acabar a la una y veinte ese día para mañana madrugar y empezar otro  nuevo día.

Sentir que es tuyo, que eres parte de esa ciudad, de esa nueva vida.